Adora, alma mía, la gloria de tu Señor, el Padre de la gran Poesía, tan lleno de bondad. Él fortificó mi juventud con ritmo admirado, mi canto, en yunque de roble, ha forjado. Resuena, alma mía, con la gloria de tu Señor, Hacedor del Saber angelical, benévolo Hacedor. Apuro hasta los bordes la copa de vino, con gratitud, en Tu fiesta celestial –cual un siervo orante–, porque embelesaste extrañamente mi juventud, porque de un tronco de tilo tallaste una forma rozagante. ¡Tú eres el Maravilloso, el Escultor de santos tallados! – Por mi camino hay muchos abedules y robles numerosos. – Soy como un surco soleado, un campo sembrado, como una arista joven y brusca de los Tatras rocosos. Bendigo Tu sementera, en Oriente y en Occidente, ¡siembra, Labrador, tu tierra, con generosidad! Que, por la nostalgia y la vida, la juventud incipiente se vuelva un fecundo trigal, una luminosa ciudad. Que te adore la felicidad, el misterio grandioso, me hinchaste tanto el pecho con la v...