El papel de la Oración

Autor: André in-oraManaranche | Fuente: Libro preguntas jóvenes a la vieja fe
Te felicito por preguntarme tantas cosas sobre la oración. Este es el buen camino, el camino de un Dios personal que te escucha y que quiere entregarse a ti..., si es que me hablas de la oración cristiana. Intentaré responder a tus inquietudes con brevedad.
1. «¿Por qué rezar es una osadía?», preguntas con acierto y aduces al ejemplo de la misa, en la que el sacerdote introduce el Padre Nuestro diciendo: «nos atrevemos a decir.» Rezar es una audacia, porque, hasta Jesús, ningún hombre se había atrevido a decir a su Dios: «¡Abba, mi papaíto querido!». Y también porque el pecado ha desdibujado nuestra relación con el Señor. En uno de sus catequesis, el cura de Ars decía a los niños: «nos habíamos ganado a pulso no poder rezar; pero Dios, en su bondad, nos ha permitido hablarle.» No sólo nos lo permitió, sino que nos pidió que lo hiciésemos. El mismo Dios fue el primero en dirigirse al hombre: «Adán, ¿dónde estás?» Así pues, «atrévete todo lo que puedas», como dice un himno al Santísimo Sacramento, sabiendo muy bien que no tienes la audacia de abordar aun terrible tirano, sino la audacia de creer en la ternura ofrecida. No estés atemorizado, sino emocionado, como el hijo pródigo cuando vuelve a casa con la cabeza gacha y su padre «se lanza a su cuello» (Lucas 15,20).
Por último, la audacia no consiste en interpretar al Todo- poderoso, sino en vencer en ti mismo la timidez y la incredulidad. ¡Atrévete a creer en el don que se te hace! ¡Atrévete a responder a la invitación que se te dirige! ¡No esperes más! ¡Comienza inmediatamente!
2. También me preguntas: «¿siente usted que Dios le responde en la oración?»
- Convéncete que Dios te escucha y no está distraído, ni se tapa los oídos ante tu oración. Los salmos lo repiten constantemente: «Tú me escuchas, Señor, cuando te llamo.» Tus súplicas no se pierden en el vacío, ni rebotan en un contestador automático, sino que encuentran siempre una razón atento de Dios.
- Además, la oración siempre es escuchada. El Evangelio no nos permite dudarlo. «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama le abren» (Lucas 11,9-10). Para afirmar esto de una manera tan categórica, Jesús utiliza el ejemplo de nuestros padres. A ninguno de ellos, por muy «malo» que sea, se le ocurriría dar una serpiente aun niño que pide un pez, o un escorpión al que pide un huevo.
- Ahora bien, el Señor no siempre responde lo que tú esperas. A menudo, no responde al instante, no porque quiera hacerse de rogar, sino porque quiere probar la solidez de tu confianza. A veces, no responde de una forma sensible, sino dándote la paz, incluso una paz austera (Gálatas 5,22). No siempre responde concediéndote lo que re pides, sino entregándote el mejor de los regalos: el espíritu filial (Lucas 11,13). Ponerse en actitud de oración es ya ser escuchado en 10 que concierne a lo esencial: se entra en contacto con el Padre, la fe funciona y la ternura circula.
3. «¿Cómo se reza? No sé hacerlo y, por eso, apenas rezo». Amigo, no hay una escuela de preparación a la oración. En efecto, Jesús nunca respondió a la pregunta de sus discípulos, muy parecida a la tuya: «Señor, enséñanos a rezar, como Juan enseñó a sus discípulos» (Lucas 11,1). Simplemente, les contestó: «cuando recéis, haced como Yo» (Lucas .11,2). No les prestó un manual, ni les enseñó un método; simplemente, les abrió su corazón y les entregó su secreto. Para rezar no te hace falta un cursillo de seis meses sancionado con un diploma válido para toda la vida. Lo único que tienes que hacer es empezar inmediatamente. Dile al Padre la misma frase, llena de desolación, que me diriges a mí: «Padre no sé rezar.» ¡Qué oración tan hermosa! Me hace pensar en el grito de Charles de Foucauld: «Dios mío, si existes, deja que te conozca.» En tu caso, sería: «Dios mío, ya que me amas, ayúdame a confiar en ti.» La oración no se ensaya, como lo hace un piloto en una cabina simulada. Sería ridículo que dijeses a Dios: «Señor, durante algún tiempo voy a pronunciar la frase "hágase tu voluntad", para ver el efecto que produce en mí, pero sin tomármelo en serio. Cuando lo diga de verdad, ya te lo diré. («Hasta ese momento, me entreno...»). Reza desde el primer, momento, comprométete desde el principio, arriésgate desde el comienzo, y, sólo después, hazte ayudar por alguien. Si te apuntas a un grupo o a una «escuela», vete con todas las de la ley y para convertirte de verdad, no para gesticular en una piscina. El animador es un educador de la fe, no un instructor de natación. En definitiva, como dice Pablo, no busques a Dios ni en los abismos ni en las nubes: está muy cerca de ti, en tu corazón» (Romanos 10,6-8) ¡No necesitas ir a las orillas del Ganges ni a la escuela de los derviches turcos!
4. «¿Para que una oración sea eficaz, hay que rezar durante mucho tiempo?», me preguntas. Hay que rezar durante mucho tiempo, pero no para alegrar a un Dios distante y enfadado (como si Dios fuese un frasco que hay que agitar antes de usarlo, o un antipático al que ni las cosquillas hacen sonreír), sino para que el don de Dios pueda descender sobre ti e impregnar tu corazón. El tiempo no está hecho para Dios, sino para ti, para que puedas acoger la gracia que desciende sobre ti, a borbotones o gota a gota. « ¿No tiene usted ganas de rezar durante todo un día, de vez en cuando?» Claro que sí. y por la misma razón. No para acumular fórmulas, como si mis peticiones se valorasen a peso, sino para exponerme a los rayos del sol divino, para empaparme de su cálida luz. No tengo que contarle nada que ya no sepa, ni ablandar un corazón que ya me ama. Lo único que tengo que hacer es dejarme amar ampliamente y sin cansarme.
5. «¿Rezar es aburrido?
-¿De qué habla usted en sus oraciones?
-¿La repetición no termina en la monotonía?»
A veces, cuando se está seco, rezar puede ser algo austero. O doloroso, cuando se está sufriendo. Pero pronto te darás cuenta de que la oración nunca es aburrida. «¿Reza usted con regularidad?». Sí, y aquí radica la solución. Si sólo te vuelves hacia Dios por capricho, o cuando te apetece, nunca entrarás en la intimidad del Señor, y no se te entregará, porque sucumbes a la... sensación. Pero si haces oración todos los días con un corazón fiel, renunciarás a la sensación (y, por lo tanto, también al aburrimiento cuando falla la sensación) y entrarás en el reino de la paz. Yo rezo con regularidad -gracias, Jesús- y nunca me he planteado tu pregunta. Tampoco me aburro, porque no busco éxtasis ni estremecimientos. Mi alegría consiste en ser fiel a la cita... En cuanto a la repetición, es la ley de todo progreso. Avanzar en la oración no consiste en consumir fórmulas siempre nuevas y cada vez más asombrosas, con el fin de vibrar cada vez más y mejor. Avanzar en la oración es repetir incansablemente las palabras de amor más sencillas, como hacen todos los enamorados. Cuando quieres a una chica, no utilizas para hablarle un diccionario de palabras tiernas y dulces. No haces literatura; entregas tu presencia y tu ternura y repites incansablemente las palabras y los gestos más sugestivos. Lo mismo pasa con la oración: el debutante busca las emociones; el veterano, la sencillez. ¿Cómo rezaba Jesús a su Padre? ...Cuando estés cansado, retoma una y otra vez la súplica ritmada de nuestros hermanos orientales: «Señor Jesús, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador.» Empápate y confúndete con este humilde murmullo durante mucho tiempo.
6. «La oración ¿ayuda a dirigir los sentimientos?» Ciertamente. Y cuando tengas que hacer algo difícil o tengas que mantenerte firme en tu postura sin encolerizarte, reza antes y durante. Cuando tus sentidos vibren en ti peligrosamente, cálmate en los brazos de María. No se trata de una técnica sin alma o de tomar un tranquilizante, sino de un abandono del corazón que repercutirá positivamente en tu psicología y en tu cuerpo. Porque todo está relacionado. A veces, la oración puede curar las heridas, tanto tu propia oración como la que los demás hagan por ti.
7. «¿No es mejor ayudar a los pobres y desfavorecidos?» Mi querido amigo, hago las dos cosas. ¿Crees que la Madre Teresa -o sus Misioneras de la Caridad- podría haber cumplido con su incansable trabajo si no pasase largos ratos ante el Santísimo o con el rosario en las manos? Las comunidades que se están fundando para atender a los enfermos del Sida son, ante todo, comunidades contemplativas. Las Hermanitas de Jesús aguantan con los pobres en medio del desierto por la adoración.
Esto es todo lo que puedo decirte aquí sobre la oración. Busca algún otro libro sobre ello. Hay muchos. Escoge uno bueno, pero no leas demasiado, correrías el riesgo de... no rezar, contentándote con ideas sublimes o con testimonios de otros.
¿Cambia algo todo esto?
Me planteas preguntas muy significativas:
« ¿La alegría ocupa un lugar importante en su vida?
-¿Puede tener miedo un cristiano?
-¿Comete usted pecados?
-Cuando se conoce a Dios, ¿se pueden seguir haciendo tonterías?
-¿Tiene tentaciones? ¿Sobre qué?
-¿Su amor por Dios permanece estable o crece?
-¿Teme perder la fe?
-¿Tiene miedo de que pueda separarse de Dios?
-¿No le gustaría vivir como todo el mundo?
-¿Echa de menos su antigua vida?
-¿Es verdad que los estudios son más sencillos y fáciles cuando se ama a Dios?»
El perdón es la cuestión que te parece más complicada:
«-¿Cómo hay que perdonar?
-¿No llega un momento en que uno se harta de perdonar?
-Perdonar ¿es olvidarlo todo? ,
-¿Por qué relacionar creer con perdonar?»
Y esta sutil pregunta:
«Si Dios nos ama tal y como somos, ¿por qué tenemos que cambiar?»
Pero lo que más te preocupa es la incompatibilidad que tú crees descubrir entre el amor a Dios y el amor a los demás. El a Dios te parece que se opone a la ternura humana. Le da una serie de preguntas, que denotan tu preocupación:
-¿Amó usted a alguien antes que a Dios?
-¿En su vida dedicada a Cristo, queda algún sitio para su vida personal?
-¿Se puede amar a Dios ya alguien más?
-¿Se relaciona usted con otras personas además de hacerlo líos?
-Cuando se ama a Dios, ¿hay que permanecer célibe?
-¿Amaría igual a Dios si estuviese casado?
-¿Pueden compararse el amor de Dios y el amor humano?
-¿Cree usted que no hay ningún amor comparable al de Dios?
Te respondo, amigo mío. Que la alegría y la paz son las antes de un corazón enamorado, no necesita demostración. Amar a Dios produce la serenidad de la confianza que del abandono entre las manos del Padre, allí donde ningún miedo, por muy profundo que sea, puede atacarnos. Este mensaje de Charles de Foucauld. Es evidente que pueden, momentos malos, pero la fe está ahí para calmarnos en los salmos, Dios es la roca sólida y fiable. Apoyados corazón, los malos tragos desaparecen y se funden como a al fuego. No piensen en una emoción superficial o en alegría extraordinaria. Se trata de una profundidad mucho más bella que estos escalofríos momentáneos y superficie .La paz de Dios no aturde como las contorsiones o los decibelios de tu rock. Tampoco hace olvidar, sino que ayuda a ir las dificultades de la existencia.
Mientras uno está enamorado, no quiere regresar a la vida, anterior, anclada en el sin-sentido, en la esclavitud del pecado a huida de la droga. Pero el contraste entre el antes y el es existe, aunque el antes no fuese tan disoluto. La gran verdad es, en efecto, el descubrimiento de la gran ternura de que nos saca de la morosidad, de la rutina, del egoísmo y aburrimiento que se desprende de un universo estrecho le se puede ser un gran VIP y no tener amor en el corazón. Lo que lo cambia todo es la oración de cada día y de cada momento. Ella permite, cerrando los ojos un momento, saber queridos del Padre. y la susodicha operación se puede )comenzar las veces que se quiera. Lee el salmo 139. Es la oración del creyente que se descubre rodeado por todas partes su Señor.
Esta maravilla no se descubre de golpe y porrazo, y hay profundizar continuamente en ella. La fe no consiste en conservar un tesoro, sino en la acogida siempre renovada de un flujo amoroso que nos sobrepasa y que no deja de invadirnos. Aunque encuadres el certificado de tu bautismo y lo cuelgues en las paredes de tu casa, eso no quiere decir que tu bautismo dé frutos en tu corazón. No se pertenece a Cristo como aquel que pertenece a una asociación con su correspondiente carnet de socio. Estamos injertados en Cristo y su vida no deja de alimentarnos. No estás inscrito en un registro, sino incorporado a una persona. Por eso, en vez de ser una mancha de tinta que va perdiendo su color, eres un miembro que crece.
Pero todo eso no te impide cometer pecados, porque eres débil y el mundo te solicita. Aunque hayas hecho enormes progresos en tu vida, no estás blindado. Eso sí, crees, por encima de todo, en la misericordia de tu Dios y recibes el sacramento del perdón siempre que lo necesitas. Esto lo cambia todo. y no me digas que se trata de una facilidad. Nadie se hace una herida pensando que es fácil curarla. En tal caso, se estaría actuando como el niño que no duda en manchar su chándal contando con el detergente milagroso utilizado por su madre. El chándal es un objeto inerte e insensible a la mancha; pero el corazón de Dios está vivo y es infinitamente sensible a nuestras faltas de amor. El perdón divino nos alegra, o si somos leales, también tiene que confundirnos, porque, una vez más, y a pesar de nuestras promesas, hemos herido al Señor. Es lo que Pablo llama la «tristeza según Dios» (2 Corintios 7,10). El enamorado también cae, pero nunca peca con desenvoltura, diciéndose que Dios es bueno y que, al final, por mucho que se peque, lo perdona todo. El enamorado de Dios implora con humilde confianza: «¡No permitas me separe de ti!». Una oración dulce, pero nada confortable. ¡Rézala y verás!
En el perdón recibido el cristiano encuentra la fuerza para perdonar a su vez. De lo contrario, su falta de lógica seria monstruosa (Mateo 18,23-35). No es posible rezar a Dios Padre misericordioso sin hacer misericordia (Mateo 6,14). El perdón no te exige olvidar, ni hacerte insensible, ni abrazarte al cuello de tu «enemigo». Te exige desearle el bien, todo el bien que Dios quiere para él (incluida su conversión, si la necesita. Se trata, pues, de no odiarle, ni de olvidarle cortando los puentes con él. Haz como yo. Reza todos los días de manera especial por todos aquellos a los que más te cuesta amar o por aquellos a los que no les resulta fácil amarte. Es algo tremendamente liberador. Y ten en cuenta que el perdón no es un detalle facultativo: el perdón es lo más divino (Lucas 7,49). Al hacerte compartir esta difícil actitud, el Padre te cree realmente capaz de ser su hijo. Además, la vida es corta y disponemos de muy poco tiempo para amar. ¡No lo malgastes odiando!
Sí, Dios nos ama tal y como somos, pero sin hacerse cómplice de nuestras enfermedades. Nos da la mano allí donde nos encontremos, pero para hacernos caminar, sin aprobar nuestras deficiencias. Hay que tener cuidado al hablar de que nos ama como somos, porque es una frase ambigua a la que se le puede hacer decir cualquier cosa. No arrastres al Señor hacia ti. Déjate arrastrar por El. No le hagas cargar con tus pecados ni con tus malas tendencias. Por el contrario, si te encuentras desolado por tus enfermedades, la pesadez de tus instintos, tus taras o tus pecados repetidos, no te desanimes y ten la suficiente humildad como para dejarte querer por el Padre. La desesperación puede ser un acto de orgullo, de un orgullo sutil. ¡Deja a Dios hacer su trabajo! ¡No quieras ocupar su sitio! ¡No es nada fácil!
Sí, amigo, saberse amado por Dios transfigura la existencia. Tú hablas de una mayor facilidad en los estudios, pero es verdad ante cualquier trabajo o ante cualquier impotencia para poder trabajar (estoy pensando en los enfermos, por ejemplo). El amor no resuelve todas las dificultades, pero impide crisparse, desesperarse, angustiarse y mandar todo a paseo amor es la certeza de una ternura extraordinaria y más fuerte todo. Es abandonarse entre sus brazos.
El último lote de tus preguntas me hace pensar en el Polyeucte de Corneille. Se trata de un hombre que corre hacia el martirio olvidándose de Pauline, la mujer que tanto ama. y le dice, con dolor, refiriéndose al Dios de los cristianos «¿no se puede amar a nadie para entregarse a Él?»
Me da la sensación de que exageras un poco el asunto... Vuelvo a repetirte algo que vengo diciendo desde el principio libro. No hagas de Dios un ser entre otros seres, aunque el Ser por excelencia. No le incluyas en la serie. De lo contrario, le convertirás en el rival de los afectos más legítimos y le asignarás unos celos que nada tienen que ver con los celos de que habla la Biblia (Deuteronomio 4,24). El Señor está celoso de que el hombre ame a los ídolos, pero no de que ame a sus hermanos. Se irrita al verte llamar dios a lo que no es Dios, de oírte dar el título de señor a otro (Mateo 6,24). Y como no es posible tener dos absolutos, tienes que escoger. Pero esta decisión no te impedirá querer a los hombres. Al contrario, te dirá que los ames a todos sin excepción (Mateo 5,43-47) y les perdones setenta veces siete (Mateo 18,21-22). ¡Estás atrapado! El Señor no es el enemigo del hombre. Si estás enamorado de Dios, nadie te prohíbe que te cases; pero te puedes dispensar de casarte, si ésa es tu vocación. La ternura que das a tu pareja no se la robas a Dios, y la que das a tu Señor en el celibato no se la robas tampoco a tus hermanos pobres que esperan tu servicio. Una cosa no tiene que ver con la otra. Quizá comentes: «¡de buena me he librado! Por seguir a Jesús, estuve apunto de no casarme. Ahora recupero mi libertad y podré amar a mi prometida en la autonomía más absoluta.» no tan deprisa, amigo. Vas a poder y a deber amar a tu esposa como Cristo ama a su Iglesia (Efesios 5,25), haciendo de tu matrimonio el sacramento de la Alianza. La exigencia recae totalmente sobre 1a calidad de vuestra ternura, que no puede ser una ternura de pacotilla. Ya ves, tenías miedo de no poder amar; y ahora temes... tener que amar por encima de tus pequeñas posibilidades. Jesús le ha dado la vuelta a tus pretensiones
Pero, tranquilízate, porque también te da. el Espíritu Santo para poder llegar a ese ideal.
De todas formas, tanto para los célibes como para los casados, hay una preferencia absoluta debida a Dios: el martirio. Ante esto, nada tiene valor. La pequeña Inés, en Roma, tuvo que abandonar a sus padres. Tomás Moro, en la torre de Londres, tuvo que resistir a las súplicas de su mujer y de su hija. Pero morir por Cristo no les obligaba a romper con los suyos: Inés y Tomás les dieron cita en la eternidad.
¿Es necesario creer en Cristo para encontrar sentido a la vida?
Tus preguntas:
«-¿Qué sentido dan a su vida los que no creen?
-¿Para ser feliz hay que ser creyente?
-¿Hay que ser un super-creyente para amar a los disminuidos?».
Cuando yo era joven, algunos cristianos acomplejados pasaban su tiempo diciendo que no sólo la fe no era necesaria, si no que, además, los no creyentes eran superiores a los creyentes, y los no practicantes a los practicantes. Superiores en materia moral, por supuesto, y especialmente en entrega y compromiso.
Afortunadamente, nunca caí en tal especie de mala conciencia, que tiene la virtud de horripilarme; y tampoco creo que este sea el sentido de tus interrogantes. Tal vez lo que te pasa es que estás convencido de lo que aporta la vida cristiana y lo único que quieres hacer, para terminar con cualquier resquicio de duda, sea la prueba inversa. Además, seguramente conoces a increyentes admirables (yo también).
Cuando uno está orgulloso de su fe y de su Iglesia no siente celos cuando ve que el bien se realiza en otra parte. Porque el evangelio nos muestra que Dios está presente desde siempre todo el mundo. El universo no es, pues, un No God´s Land. «¿Por qué Dios está presente en su vida, mientras que no aparece en sociedad?», me preguntas. Tal vez Dios sea negado, y está ciertamente olvidado, pero no por eso deja de estar presente en la sociedad. Por eso me alegro de todo el bien que se hace en pro de los desfavorecidos. Me horroriza el bien etiquetado confesionalmente («somos los mejores») o recuperado políticamente («vótennos»). Sin embargo, también yo me planteo algunas preguntas.
En primer lugar, cuando la gente dice que no cree en Dios, ¿de qué «Dios» está hablando? ¿Lo pueden precisar? Cuando aceptan hacerlo, les hago caer en la cuenta que ese «Dios» no es el mío y que, desde ese punto de vista, yo soy tan ateo como ellos. ¡Algo que ya hacían los primeros cristianos!
Además, y sin que esto suene a orgullo, estoy convencido de que la Iglesia cumple en el mundo una función saludable, incluso para los que no forman parte de ella. La Iglesia reza por ellos y les ama. Y todas las gracias que bajan a la tierra pasan por sus manos de esposa, de intendente. Este es el sentido exacto del viejo adagio: «fuera de la Iglesia no hay salvación». No quiere decir que, «como no eres de los nuestros, no vales nada ni tienes nada que hacer«. Lo que quiere decir es lo siguiente: «todo lo que tienes y todo lo que vales te ha sido o por el Señor a través de su Iglesia». Y llevar a cabo este servicio que se nos ha confiado no puede ser para nosotros motivo de vanidad, pero tampoco de vergüenza.
También creo que, con su presencia, la Iglesia juega un papel fundador y sanitario. Fundador, porque los valores morales más humanos no pueden subsistir durante mucho tiempo fuera del marco religioso. Algo, por otra parte, puesto relieve por no creyentes como Sartre y Monod. El mejor ejemplo de ello es la destrucción acelerada de la familia. Y también juega la Iglesia un papel sanitario, porque su misión -no sólo la de los obispos, sino también la de los laicos competentes- es sanar la sociedad en la medida de sus posibilidades. Sobre este importante punto volveremos más adelante.
Dicho esto, es evidente que yo no soy el Buen Dios. Ignoro lo que pasa en el fondo del corazón de cada uno. No sé cómo se alimentan de convicciones morales los no creyentes. Tampoco sé cómo llegan a ser felices y hasta qué punto, dejando subsistir en su corazón vacíos tan gigantescos como el del más allá, por ejemplo. No sé cómo viven las dificultades y la muerte, y cómo son capaces de perdonar. A pesar de sus virtudes, les falta el conocimiento de Jesucristo, algo importante si juzgo por mi experiencia personal. Me da pena que sus valores, recibidos de Dios como todo don, les hagan volverse orgullosamente contra un cielo inútil, en una actitud arrogante y desafiante, como la que tuvieron algunos miembros eminentes del paganismo antiguo como Marco Aurelio.
Por eso, reconocer los valores vividos por los no creyentes no me impide evangelizar; al contrario, porque el Evangelio es la capa freática de la que brotan todas las fuentes.

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