Saber corregir a los hijos . un arte o una necesidad que debemos satisfacer ?

Saber corregir

                                                                                                                                      Más allá de connacer a los niños, los padres deben saber cómo actuar para alcanzar el efecto deseado. Las buenas intenciones no son bastantes.

La corrección tiene normas y técnicas. Sin esto, podría ser contraproducente.

Veamos cuál debe ser la buena corrección.

1º) Rara

El educador debe ver todo, disimular mucho, corregir cuando sea necesario.

- Ver todo, para conocer bien a los niños, para no dejarse sorprender, ni pasar por tonto a los ojos de los niños.

- Disimular mucho, porque muchas faltas no tienen realmente importancia, unas son propias de la edad y pasan con ella, otras los mismos niños las notan y, cuando están siendo bien educados, ellos mismos tratan de enmendarse.

- Corregir cuando sea necesario, porque la corrección exagerada es dañosa a la educación.

Cuando es muy frecuente, ella:

* pierde el efecto saludable de inspirar repugnancia por la falta cometida, con el consiguiente deseo de enmienda;

*
debilita la autoridad del educador, en vez de consolidarla, como lo hace cuando es esporádica;

* insensibiliza al niño, que no acoge ya las advertencias, por la misma imposibilidad de hacerlo al ser numerosas;

*
puede ser incluso contraproducente, llegando a ser irritante. En las pocas recomendaciones que San Pablo hizo sobre la educación de los niños, él pidió que no se los irritase (Ef. 5, 4).

Comprimidos por una disciplina demasiado estrecha, censurados a cada instante, los niños terminan por carecer de carácter o caer en una situación emocional abrumadora, que acabará por enfermarlos.

Es una pena que muchos padres, precisamente entre los más celosos y bien intencionados, insistan, incluso cuando reconocen que sus intervenciones no avanzan, y terminan por empeorar la situación.

Se diría que lo hacen más por satisfacer la propia conciencia (mal orientada) que para el bien del hijo.

Algunos hasta se molestan cuando les pedimos que no insistan con las correcciones.

***

2º) Justa

Tiene que corresponder a una falta cierta. El sentido de la justicia está generalmente muy vivo en los niños, y ellos rechazan, heridos, las correcciones injustas, rebelados, aunque se trate de simples advertencias.

Aunque el rechazo sea meramente interior, no producirá ya el efecto querido.

Cuando por sí mismo el niño percibe que ha errado y decide enmendarse, la intervención de los padres será solamente para apoyarlo y estimularlo en su intención.

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3º) Afectuosa

Como toda la educación,
la corrección es obra del amor. Cuando reviste aspectos ásperos, tiene que ser (y debe parecer) tan dolorosa a quién la aplica como a quién la recibe, al igual que ciertos tratamientos médicos que estamos obligados a hacer a los niños.

En cualquier caso que sea, ella manifestará siempre el cumplimiento de un deber, la preocupación de hacer bien, manifestación del amor.

Para esto, debe ser:

* tranquila: el educador, en el dominio perfecto de sí mismo, moderado en las palabras, los gestos y la mirada, de modo que no sea una ejecución de cólera lo que solamente debe ser ejecución del amor, recordando que solamente
la razón tiene el derecho de corregir, como dijo Fenelon, y que quien se deja conducir por las pasiones más necesita imponerse la corrección a sí mismo que a los otros;

* bondadosa: nunca la impondremos porque hemos sido desobedecidos, sino porque el niño lo requiere; no le daremos aspecto de venganza, sino de expiación de la orden violada; nunca por razones nuestras, sino por los intereses del niño y del mantenimiento de la moral.

Por lo tanto, evitaremos las burlas y las humillaciones, que más sirven para irritar y para endurecer que para mover los niños al cambio de vida.

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4º) Profunda

La corrección es solamente eficaz cuando va a la raíz de la falta.

No es suficiente ver que el niño robó; es necesario ver por qué robó. No basta obligarlo a restituir el objeto robado; es necesario remover el motivo del robo. Dígase lo mismo de los otros defectos.

Respecto de las faltas aisladas, fruto de meras ocasiones, accidentales por lo tanto, las correcciones superficiales son suficientes.

Pero las que corresponden a tendencias profundas, si no las cortamos de raíz, deberemos limpiar la tierra permanentemente, con la certeza de que nuevos frutos aparecerán en la primera ocasión.

Es posible que, a fuerza de insistencias, de extrema vigilancia e incluso de castigos, haya una mejoría: el niño se somete, pero no se corrige, porque la mala inclinación no fue alcanzada y espera solamente el momento para manifestarse de nuevo.

También sucede que, refrenado en una falta, él se compense con otra, a veces peor que la primera…

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5º) Proporcionada

Tengamos el máximo cuidado de que la manera de corregir una falta sea la que mejor permite al niño ver las funestas consecuencias morales, naturales o sociales de su acto.

Sólo así le facilitaremos entender el error y el que quiera enmendarlo, formando el sentido moral y la voluntad de ser bueno.

Para esto la corrección debe ser proporcionada a la edad, la persona, la falta.

* A la edad. En los pequeñitos, en la medida en que prevalece la vida de los sentidos, será más un adiestramiento, con afirmaciones simples y categóricas, que tienen como objetivo la formación de hábitos y la impregnación del subconsciente.

Es necesario llegar a la sensibilidad, dado que no se puede todavía obtener la comprensión. No hay que satisfacer sus caprichos, no rendirse a sus insistencias y lágrimas, no alimentar las malas tendencias que se manifiestan (gula, terquedad, egoísmo, cólera).

Hay que encaminarlos de manera positiva, por medio de actos que faciliten buenos hábitos.

Con el desarrollo de la inteligencia y de la voluntad, las preocupaciones van a pasar gradualmente para este terreno. Se apela, entonces, a la comprensión, comenzando por las razones más simples; con tareas que van a darles el dominio consciente de sí mismos, que atañen a sus gustos o libertad; con ocupaciones útiles referentes a lo que debían haber hecho o que han realizado mal.

Si la educación tiene un desarrollo normal, el adolescente podrá ser llamado a la razón, cabiendo apenas una ayuda en su autogobierno, dado que las pasiones lo seducen con energía especial.

* A la persona. El error común entre los padres es tratar a los niños a todos de una manera similar. En casos de fracasos, oímos con frecuencia la queja: “Los eduqué a todos de una manera similar, y son tan diferentes…”

Cada uno debe ser educado de acuerdo con sus características.

Dos niños tienen tipos físicos diversos -uno gordo y bajo, otro flaco y alto-, no se le ocurrirá ciertamente a la madre vestirlos con igual ropa, solamente porque son hermanos.

Mayores son las diferencias del espíritu y del carácter, igualmente visibles. Tratarlos con los mismos moldes no es tan irrisorio como muy nocivo.

Imaginemos al doctor que dé a todos los niños de su clínica la misma prescripción, alegando que están en la misma enfermería, y que él debe tratar a todos de una manera similar

Es una pena que los errores pedagógicos no clamen hacia fuera con la misma fuerza.

Una errada noción de justicia lleva a ciertos educadores a tratar de una manera similar a todos los educandos. Quizás temen la pérdida de imparcialidad. Esquivan las explicaciones que la diferencia del tratamiento exige.

Es dañar la formación de los niños, puesto que cada uno de ellos tiene que ser conducido exactamente al mismo fin pero por
diversos caminos.

* A la falta. Las faltas son más o menos graves, conforme sean las reglas que violan y las circunstancias en que han sido cometidas.

Hay quien miente por vanidad o en defensa, y quien miente calculadamente para calumniar; quien roba una bolita por el deseo de tener una bolita, y quien rompe la muñeca de la hermana por envidia…

Todos tienen una falta que corregir, pero en grados muy diversos.

Cuanto más grave es la falta, tanto más cuidadosa debe ser la corrección.

No perdamos de vista el sentido de la expiación que ella tiene, ni la preocupación por ir a las causas.

Hay padres que divulgan las faltas de honradez de los niños, pero los castigan seriamente porque han roto un plato. Es porque muchos piensan más en castigar que en corregir.

Otros no dan importancia a la falta en sí misma, pero se horrorizan con la mera posibilidad de que llegue al conocimiento de los vecinos…

***

6º) Contraria a la falta

Tenga el perezoso el cuidado de satisfacer los deberes sin retraso y bien su trabajo de cada día.

La muchacha desorganizada, será encargada de arreglar la casa, tomando conciencia del deber por cumplir y el cuidado de hacerlo bien, por satisfacción propia y para la gloria de Dios.

El egoísta será orientado hacia la ayuda fraternal en todos los terrenos, principalmente en aquellos donde más se revela su falta.

Al mentiroso, que se le imponga la rectificación, entonces perderá el apetito de mentir.

No juzguemos, sin embargo, sean estas fórmulas mágicas que resuelven todo rápidamente, y que, cuando no lo resuelven, el caso es irremediable.

No hay fórmulas mágicas en la educación.

Las soluciones rápidas son pedidas, en general, por los que no tienen tiempo para perder con los niños, y por eso los niños se pierden.

Finalmente, si la falta es solamente un síntoma, no es luchando contra el síntoma que se cura un mal, sino yendo a la raíz. Y si la raíz no es alcanzada, desesperan los educadores superficiales… y no se corrige el niño…

José Durr (“El arte de las artes”) tiene a propósito una página sin gran vuelo pero útil, sin embargo, al educador común. Aconseja que al goloso o al niño perezoso se impongan ejercicios físicos, trabajo regular y bien hecho; al agitado un régimen firme, que se le exija orden y puntualidad; al trabajador y ambicioso, inclinado a dominar, las ocasiones de moderación, mansedumbre y paciencia; al tímido se le den como antídoto, ejercicios físicos, trabajos de jardín, etc., cultivando la iniciativa y la confianza en sí mismo.

Como vemos, con frecuencia el niño ni sabe que se le está corrigiendo… El remedio se toma insensiblemente respecto de la causa del mal. En ciertos casos es necesario que no aparezcan nuestras intenciones.

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7º) Oportuna

Hay un tiempo para callar, y un tiempo para hablar, nos recuerda la Biblia (Ecle. 3, 7).

Como la semilla, que parte de nuestra mano y se desarrolla en el seno de la tierra, así la corrección es muchas veces iniciativa nuestra, pero se completa en el niño por su obra.

Y como la semilla no se puede plantar en cualquier época, porque hay un tiempo para sembrar y un tiempo para recoger, también la corrección tiene que esperar el momento oportuno.

Sólo proponemos (o imponemos) con la esperanza de éxito. Y esto depende del recibimiento, que solamente puede ser favorable, si las circunstancias también lo son.

En la hora de la irritación, la tendencia es más para rechazarla que para sugerir una enmienda.

En presencia de la gente extraña, de colegas e incluso hermanos, cuando eso implica una humillación, tampoco es acertada.

Hay que esperar que pase la tormenta; tomar al niño a parte, y en la calma de lado a lado, proponer la medida que corresponda.

Las madres cristianas tienen una ocasión excelente cuando, después de la oración de la noche, van a ver si los niños están bien acomodados en la cama. Hablando con voz dulce y cariñosa, sentada al borde de la cama, es muy difícil que la madre no sea bien recibida.

Espérese, pues, el momento oportuno.

Sin embargo, tratándose de niños pequeños, no conviene posponer mucho la corrección. Ellos se olvidan de que han cometido una falta, no establecen fácilmente la relación necesaria entre el error y la enmienda, y pueden encontrar injustas las medidas impuestas, y entonces el efecto será contrario.

Ante estos peligros, podemos recurrir a las prácticas correctivas sin la referencia a los hechos olvidados, alcanzando los mismos resultados, sin las contraindicaciones.

Ya lo dijimos más arriba, pero una repetición siempre hace bien: se exige el momento
oportuno también para el educador, que sólo debe actuar cuando puede manifestar, por el dominio de sí mismo, que habla con la razón, y no con la pasión, que mira al bien del niño y no a satisfacer la propia cólera.

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8º) Perseverante

De parte del niño, de voluntad frágil porque aún está en la formación, se entiende que tenga desalientos en el constante recomenzar después de las faltas. De la parte de los padres, ¡no! Tienen siempre que desear la corrección de los niños.

Siempre, sincera y decididamente. Paciente, pero obstinadamente. ¡Santa terquedad! No se desalentarán ante las recaídas, no se abatirán ante los fracasos, no se cansarán de dar siempre las mismas recomendaciones prácticas.

No contarán con resultados fáciles, ni deben acobardarse ante las dificultades. Sobre todo, no se resignarán con los defectos de los niños; sino que lucharán para corregirlos.

Y no debe ser una lucha episódica, discontinua, sino sistemática y permanentes. No se trata de un temporal de verano, sino de una lluvia tenue pero obstinada, que humedece la tierra en profundidad.

Ese amor de la madre que no se cansa ni mira los sacrificios, cuando se trata de la salud de los niños, no tiene menos de dedicado y admirable en las restauraciones morales.

El amor enseñará a los padres a ser bondadosos hasta la ternura, pero determinados y persistentes, porque quién perseverare hasta el fin es el que será salvo.

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9º) Firme

Es por amor, el amor bien entendido, el que desea el bien, que la corrección tiene ser firme, no indulgente, sino determinada y fuerte.

Observa el gran pedagogo suizo Foerster (La Instrucción ética de la juventud) que la tendencia a la indulgencia, característica de nuestra época, es propia de hombres débiles, incapaces de soportar las consecuencias de sus actos, y que se justifican procurando evitárselas a los otros.

De hecho, la debilidad de los responsables de los niños y adolescentes generó y multiplica la “juventud desviada, y la complacencia de los responsables de la Seguridad Social estimula la marea de inmoralidades y crímenes, que la falta de formación religiosa desencadenó.

Si bien condeno los procedimientos de fuerza, estoy, sin embargo, en favor de la educación fuerte. La tolerancia con los defectos de los niños los lleva muchas veces el crimen.

La tolerancia con los crímenes multiplica los criminales y agrava los delitos.

La indulgencia, al contrario de lo que piensan los superficiales, es perjudicial para el educando.

Los que la aplican para la primera falta, guardan la energía para las otras, tan seguros están de que vendrán… Cuando es más lógico ser firme tan pronto como aparece el mal, para evitar que prosiga.

La serpiente se mata por la cabeza“, dice la sabiduría popular. Un tratamiento ajustado en la primera falta prevendrá probablemente la segunda.

Esto entra en la lógica de la corrección y en la psicología del culpable.

En la lógica de la corrección, porque, al menos cuando se trata de la ley moral violada, la expiación es requisito indeclinable.

En materia moral, nadie puede ser tolerante, porque todos estamos igualmente sometidos a ella.

En la psicología del culpable, porque si asocia a la primera falta una reacción desagradable, él estará inclinado a prevenirla; al paso que, si ninguna corrección le fuere aplicada, es probable se sienta estimulado para continuar en el error.

Podemos también confundir al niño: él pensaba realmente haber hecho un mal acto, esperaba la reacción de los padres, y ésta no ocurrió… Entonces, el acto no fue tan malo, porque nadie ignora que las actitudes de los padres son para los niños pequeños el criterio de lo bueno y de lo malo. Así se abre el camino para las recaídas…

Porque deseamos la corrección de todos, de los pequeños y de los adultos, es que reclamamos la firmeza antes que la indulgencia. Esta se toma generalmente como debilidad, y nada impresiona tan negativamente a los niños y a los jóvenes como la autoridad débil.

Recordemos, finalmente, que la firmeza no significa dureza, sino que requiere la comprensión del niño y la bondad en los modos, también necesarias como ya lo acentuamos.

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10º) Corta

Las correcciones muy largas son más bien castigos. En verdad, cansan a los niños, les dan impresión de injusticia, y las rechazan.

Por lo tanto, no producen el efecto buscado, o producen el contrario.

Ciertas medidas son más punitivas que educativas: un mes sin salir de la casa, una semana tomando las comidas solos, etc.

Ellas pecan, sobre todo, por quitar el estímulo para la enmienda. Si provocamos el desánimo en lugar del coraje, no estimulamos a niño para la perfección.

Para ayudar en la formación de buenos hábitos, más valen medidas más frecuentes, pero de corta duración.

Sin embargo, que no sean tan cortas que no permitan sentir el error, ni tan largas que hagan olvidar la relación con la falta, generando irritación, lo cual es contraproducente.

Satisfaciendo con facilidad lo que sugerimos, sin cansarse, incluso sintiendo que es capaz de hacer más, el niño aceptará con amor el trabajo de corregirse, y será estimulado para nuevas tareas, cuando sea necesario.

Esto es esencial para la corrección.

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11º) Olvidadiza

Cuanto más recaiga el niño, más necesidad tiene de ayuda. Recae porque la tendencia en él es muy fuerte, o porque la voluntad es muy débil.

Si no consigue caminar solo, necesita nuestra mano. Si, dándole la mano, lo apuramos o empujamos, caerá más rápido; si lo sostenemos, recibirá nuestra ayuda; si lo afligimos, huirá lejos.

Cuanto más frecuentes sean las recaídas, más debe ser estimulado.

Ahora bien, nada desanima más que el recuerdo de las faltas cometidas, o el número de veces que se propuso enmienda, o el poco fruto obtenido.

Tomaremos, pues, cada falta como si ella fuera la primera.

Si el niño multiplica las faltas o retrasa la enmienda más de lo que se debería esperar, tomaremos las medidas necesarias; pero sin acumular los carbones encendidos sobre su cabeza (Prov. 25, 22).

Humillado quizá con nuestras alegaciones, él concluirá que no se corregirá, que es inútil luchar; cayendo en el desánimo, que hará difícil sino imposible el deseo de enmendarse.

Teniendo que acompañar la vida moral del niño, el educador no puede olvidarse ni de las faltas ni de los esfuerzos por corregirse; pero no le dará a entender que conserva estos recuerdos; no le hablará del pasado, dándole la impresión de que el pasado está olvidado.

Y actuará en función de este “olvido”, salvo que el pasado se relacione directamente con el problema del momento presente.

Mucho se molestan los educandos con la recapitulación de sus faltas, hecha cada vez que van a ser corregidos. Es natural: se sienten avergonzados.

Los que juzgan contribuir así para enmendarlos se olvidan de la fuerza pedagógica del optimismo; y no pesan cuánto disminuye con esto la confianza de los niños.

Y cuando la confianza disminuye, aumentan las dificultades de la educación. Bien hace el educador que sabe mantener la confianza de los niños, tanto en él cuánto en ellos mismos.

***

12º) Cristiana

Es una sola, pero ella es infinita, la diferencia entre el pagano y el cristiano: este está bautizado.

Así también es la educación.

El cristiano hace todo lo que hace el pagano, y cuenta, por otra parte, con la gracia de Dios.

El pagano se vale de todos los medios naturales y lleva al niño hasta donde se lo permiten las fuerzas humanas.

El cristiano continúa la subida, apoyado en los medios que Cristo enseñó e instituyó para elevar al hombre por encima de sí mismo y conducirlo a la perfección.

La educación cristiana no contradice el pagano, sino que lo excede.

La corrección cristiana contiene elementos que el pagano desconoce… cuando deseamos enseñar la virtud: la mortificación, la paciencia, la justicia, la prudencia, la fortaleza, la ayuda fraterna, el respecto a la ley y a las autoridades, la pureza…, allí está Cristo, vivo, completo, perfecto.

Y no es para nosotros solamente un ejemplo: es la fuerza que nos ayuda, es el estímulo de la recompensa que no faltará, es el Señor omnipotente que nos puede alimentar en el desierto, salvar del naufragio, liberar del demonio.

Tenemos el recurso a la oración, eso que los naturalistas desconocen.

Tenemos la total confianza en Cristo, eso que los que lo experimentan saben cuán buena es y de gran alcance.

Tenemos el ejercicio de la presencia de Dios, que está en todas partes, lo cual nos retiene frente al pecado, y nos invita permanentemente a la perfección, y cuyo temor es el comienzo de la virtud.

Tenemos el examen de conciencia, elemento de gran alcance para el conocimiento de sí mismo, sonda que penetra hasta lo más profundo de las intenciones, luz de nuestra alma y que nos muestra las causas y las raíces más secretas de nuestros actos y de nuestras intenciones, y que ningún educador debe obviar ni para sí mismo ni para los educandos.

Los católicos tenemos el contacto vital con la Santa Madre Iglesia, con el culto vivificante de la Santa Misa, con la fuerza eficiente de los Sacramentos.

Todo que esto levanta la corrección que consideramos. Todo se serena y se facilita cuando hablamos del amor de Dios, de alegrar a Cristo, para no crucificar de nuevo el Hijo de Dios.

Lo sobrenatural no tiene un lugar a parte en nuestra pedagogía; como la sangre, él se difunde hacia todo el organismo; como el alma en el cuerpo, él está todo en la educación cristiana y todo en cualquier parte de ella.

Sólo quienes lo utilizamos, sabemos cuánto vale. Entre nosotros, mejor lo saben aquellos que no lo sabían, pero se han convertido y ahora lo utilizan, apenados del tiempo en que no lo han utilizado, jubilosos de las maravillas que produce.

Feliz quien basa la vida y la educación de los niños en lo sobrenatural. Por grandes que sean las dificultades, son siempre menores que las de los otros, y mayores los frutos. Recibirá el céntuplo y tendrá la vida eterna.

***

Establecer principios

Quizás la exposición ha sido larga, y esto dé la impresión de que la corrección de los niños es difícil.

En la verdad, todo se obtiene armónicamente.

Hicimos el trabajo de análisis. Es como caminar: podemos explicar el mecanismo de nuestra marcha, difícilmente daríamos un paso con ello. Se camina, simplemente, y se hace todo, sin percibir…

Así es con la buena educación.

Pero, para facilitar un trabajo de unidad, reducimos todo a pocos principios, que no exigen explicaciones.

1)
Saber lo que se desea: hacer amar y obtener el ideal.

2) Desear con firmeza y continuidad.

3) Ver todo, disimular mucho, corregir lo necesario (el término disimular se entiende como hacer la vista gorda, dejar pasar).

4) Ir a las raíces de la falta.

5) Mantener la visión del conjunto.

6) Asegurar la confianza de los niños.

***

Maneras de corregir

Nuestra preocupación es llevar al niño a la práctica de la virtud, para que haga el bien y evite el mal, para prevenir las faltas, todo en la proporción de sus posibilidades personales.

Para esto utilizamos las propias consecuencias naturales de la falta, cuando estas se prestan a la explotación pedagógica, o utilizamos otras maneras proporcionadas.

En el primer caso, la aplicación varía.

En caso de faltas inocuas: el niño sufre malestar cuando come chocolate, pero continúa comiéndolo siempre que se le ofrece la ocasión. No tiene fuerza para resistir.

Otras faltas son irritantes, humillantes, vergonzosas incluso para los padres… La niña remolona que no está lista a la hora de la salida para dar un paseo, no va al paseo. Al mentiroso, no se le creerá. Al que rasgó el vestido nuevo, lo utilizará remendado. Quien arruinó el cuaderno, se quedará sin cuaderno.

Otras son realmente beneficiosas. El niño que se ha quemado moviendo el calentador; el que se ha herido con las maneras bruscas de jugar; el que fue expulsado del juego por los compañeros porque perturbó, etc.

En el segundo caso, son muy conocidas las maneras de la corrección, veamos:

1) Advertencias. Muy útiles, porque previenen la caída, lo cual siempre es mejor que remediarlas, sobre todo en la infancia. Justas, oportunas, rápidas, dan buenos resultados.

2) Censuras. Son necesarios, para la formación del criterio moral de los niños. Si no son censurados por el mal que hacen, pueden pensar que es bueno o indiferente. También serán, como las advertencias, justas, breves, oportunas, y hechas con seriedad, incluso cuando sean enérgicas.

3) Elogios. Superiores a la censura, y preferibles por lo tanto. La censura, por mejor que la realicemos, es siempre restrictiva y deprimente, al paso que el hombre necesita de estímulos para practicarla virtud, y en general son pocos nuestros impulsos para ella.

Se engañan los que temen fomentar la vanidad con los elogios. Siempre que sean justos, moderados, tengan como objetivo al esfuerzo (y no las cualidades naturales, dones gratuitos de Dios), y que despierten el entusiasmo para el bien, confianza en sí mismo y amor por el ideal, es importante utilizarlos y no temerlos.

También Cristo los utilizó en su pedagogía (ver Mt. 8, 10; 25, 23).

Siempre que el niño se esfuerce (aunque no alcance el éxito deseado), es digno de encomio.

Principalmente cuando está interesado en enmendarse: elogiémoslo, incluso si apenas obtiene disminuir las faltas, porque ya es un progreso.

4) Recompensas. Como todo lo que estimula y despierta las energías para el bien, son un elemento valioso en la educación.

Su fin es realzar el valor del acto practicado y favorecer su repetición.

No sólo pueden, sino que hasta deben ser otorgadas, desde que:

- contribuyen para dar al niño la conciencia de la obra que practicó, inclinándolo así a repetirla;

- conducen al gusto íntimo del deber;

- ayudan a vencer los obstáculos

Para esto, procuremos evitar:

- recompensas que favorecen las malas tendencias: no es bueno dar golosinas a los golosos, a las vanidosas maquillajes, dinero a los avaros, etc.;

- prometerlas con frecuencias; porque perderán así el propósito, e incluso invertirlo, llevando al niño al trabajo antes por el premio que por el cumplimiento el deber;

- darlas con mucha frecuencia, no sólo porque esto trivializa, sino también porque el niño pierde de vista el amor al deber, comienza a trabajar por las recompensas, y puede desalentarse cuando no las recibe.

Así como nos gustan los elogios y los regalos, mucho se alegran los niños con ellos. Cualquier cosa los contenta, siempre que no estén ya enviciados.

De acuerdo con el propósito pedagógico, procuremos aquellos que sean conformes con las tendencias de cada uno: afectuosos, honoríficos, instructivos, artísticos, lucrativos.

A veces, lo que alegra a uno, deja indiferente o decepcionado a otro. Es necesario que la recompensa contente, porque despertando el optimismo, ayuda y favorece el camino del deber.

***

Para que el niño desee corregirse es necesario que:

- sapa que tiene defectos; lo que
concede fácilmente, porque todo el mundo los tiene;

-
sapa que tiene tal defecto, lo
cual es un poco más difícil, porque supone el conocimiento de sí mismo y la humildad;

- reconozca que cometió la falta, porque nada es más irritante para el niño, y especialmente para el adolescente, que imputársele una falta que no cometió o no reconoce como falta;

- esté en ésas disposiciones del penitencia, de las que acabamos de hablar;

- acepte nuestra ayuda.

Todo esto supone el trabajo educativo lento, indirecto a veces, paciente, dirigido a la inteligencia y a la voluntad del educando.

No siempre es fácil convencerlo de que cometió un error: se pone en una posición emocional, y no consigue entender lo que le señalamos desde nuestro ángulo lógico.

Entonces, es necesario que lo entendamos de modo que él nos entienda.

Cuando algunos padres acusan a hijo de “no desear nada”, si este no es una persona anormal, la culpa está en ellos:

- no lo han preparado desde temprano;

- se han contentado con castigos (en vez de la corrección);

- no lo condujeron a conocerse;

- nunca le han pedido una actitud interior;

- nunca le han hecho examinar la conciencia frente a Dios;

- no le han hecho ver las consecuencias de su defecto;

- ni le han dado las razones profundas para la reforma de sí mismo.

No es con gritos, humillaciones y castigos que conduciremos a alguien a desear lo que deseamos…

***

Prevenir la corrección

Por positivo que sea el trabajo de la corrección, en el fondo él es negativo: hubo una falta para enmendar…

Enteramente positivo sería prevenir la necesidad de la corrección.

Si esto es el ilusorio, porque los sentimientos y los pensamientos del corazón humano están inclinados al mal desde la infancia (Gen 8, 21), es posible, al menos, reducirlas al mínimo.

Es lo que se obtiene con la formación sólida de la voluntad, ayudada por la disciplina preventiva.

Aquí está toda la educación, y no entra en la finalidad de este capítulo. Aquí deseamos dejar solamente a los padres cuidadosos la esperanza, y darles algunas señales que puedan dirigirlos en este trabajo.

***

Cultivar las virtudes

En la tierra virgen del alma infantil las virtudes crecerán más fácilmente. Trabajo agradable y productivo, ahorrará las dificultades de la corrección.

En la medida que la buena semilla germine y crezca, la cizaña que el enemigo lanza brotará sin savia, más pronta a mirarse a sí misma que a ahogar el trigo.

Para estimular las virtudes, los padres animarán los esfuerzos, acostumbrando al niño a la fortaleza y a la generosidad espiritual, preparándolo para las victorias contra las pasiones, el ambiente y el demonio.

***

Comenzar temprano

Como las malas tendencias brotan muy temprano, es necesario madrugar con la educación para la virtud. Pronuncié la palabra que alarma al pagano: educación para la santidad.

Antes de que el niño manifieste las tendencias particulares, deben haber sido canalizadas ya en la dirección de la virtud las que constituyen la naturaleza y la herencia de toda la humanidad.

El cuidado de los padres requiere que:

- no cierren los ojos a las manifestaciones del alma infantil, con la excusa de que es aún pequeño;

- no teman ser exigentes y enérgicos;

- no se contenten con correctivos superficiales;

- no capitulen ante la presión de las abuelas y tíos que juegan con el niño como los niños con los muñecos;

- no piensen recuperar más adelante el tiempo perdido: ¡lo mejor es no perder tiempo!;

- tengan rapidez y firmeza ocupar todo el terreno (F. Gay), de modo que cuando los vicios quieran instalarse, no encuentren lugar.

***

Educar para la libertad

Mañana, este niño inevitablemente se independizará de vuestro yugo, y será dueño de sí mismo.

Lo esencial es prepararlo para hacer el bien por sí mismo, cuando no tenga más vuestra tutela. Para esto debe saber utilizar bien su libertad.

Quién desea obtener este aprendizaje, eduque, el gusto del bien, procure la corrección…

Tengan los padres el cuidado de dar a los niños este gusto íntimo de la libertad y de esa capacidad de utilizarla para el bien.

En la medida en que lo obtengan, evitarán la necesidad de la corrección.

***

Organizar la vida del niño

Ajustado a actos regulares y dirigido por unos pocos principios de base, el niño tendrá la enorme facilidad de evitar las faltas.

La organización de los actos pertenece más a la madre; es parte del buen gobierno de la casa. Ella:

- adiestra al niño desde temprano;

- le exige esfuerzos en la edad escolar;

- enseña al adolescente a dominarse;

- orienta al niño que ya sabe cuánto debe hacer, a cómo hacerlo;

- crea hábitos;

- no permite que se pierda tiempo y energía, cediendo a la ociosidad y a la anarquía;

- pero da a todos la posibilidad de usar la inteligencia y de ejercitar las fuerzas musculares, desarrollándose normalmente, sin las represiones que la corrección acarrea, por buena que sea.

Los principios serán pocos, pero básicos: señales para la vida.

Normas simples y claras, mil veces repetidas en el hogar, más en coloquios que intencionalmente, los cuales dirigirán las acciones en el alto mar de la vida.

La forma positiva es siempre preferible: es mejor conocer lo que debemos hacer; y lo que no tenemos que hacer viene como consecuencia.

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